jueves, 25 de octubre de 2012

A veces callamos (y cadenas)

La falta de libertad para decir lo que uno piensa convierte en veneno las palabras. La prisión tiene forma de fantasma, con sus cadenas y sus ojos huecos, y huele un poco a rancio, de todo lo que uno calla y no puede escupir.

La moderación y los matices a veces esconden todo lo contrario a la tibieza, y sólo se alivia cuando al otro lado de la línea esucha una voz tan parecida a la propia. Que no juzga y que no miente. Que únicamente permite que los disfraces de las propias palabras no tengan sentido.

Cuando falla la libertad, propia o impuesta o irreal, quedan los gritos en voz baja, siempre al oído de alguien que sabe entender. Tú ya sabes.

O escribir entre líneas, eso también.

martes, 23 de octubre de 2012

Los que cuentan

El día que ya no haya periodistas se cerrarán con llave las rotativas, habrá más espacios en los quioscos para otras revistas y coleccionables, dejaremos de mancharnos los dedos con tinta y acompañaremos nuestros desayunos con propaganda de grandes superficies. 

El día que se apague el último plató de noticias y se seque el maquillaje de los presentadores, cuando ya no haya reporteros cubriendo ruedas de prensa, agitando sus bolígrafos y cuadernos, preguntando y repreguntando, poniendo en aprietos o pidiendo documentación, habrá que mudarse de planeta. 

Cuando los políticos, cualquiera de ellos, o empresarios, o sindicalistas o escritores o ciudadanos de plataformas proderechos humanos o ecologistas o médicos o científicos tengan que sentarse delante de nadie para narrar sus proezas o criticar los fallos o explicar los abusos, entonces, ya veremos.

El día que nadie investigue, cuando nadie haga preguntas, cuando las respuestas no sean obligadas y cuando no haya letras para contar las historias. 
Entonces, sólo entonces, sabremos que nos hemos equivocado.

Nota mental: por la dignidad de los periodistas, por la libertad de prensa y por el derecho a contar historias.

lunes, 22 de octubre de 2012

Ventolera y rumbos

No se agolpan los pensamientos positivos en la puerta de mi casa ni hacen cola para entrar.
Pero el silencio no es el mejor método para acercarlos. Ya lo sabes.

Como la realidad no cambia, tendremos que ser nosotros.

Voy a pensar en cosas bonitas, un, dos, tres: calentarse las manos frías con una taza de café, acurrucarse bajo el edredón sabiendo que aún falta mucho para escuchar el despertador, un viaje en tren anticipando la llegada, el olor de la ropa y el suavizante, ver mi armario ordenado o una bandeja de sushi.

Ahora, ya. 

Así es más fácil abrir las ventanas.
Y abiertas quedan, a ver si con la llegada del otoño entra una ventolera que cambie el rumbo del aire.

Nota mental: dejad las puertas abiertas, así tiene efecto la corriente.