viernes, 13 de abril de 2012

Romper vidas y los hábitos

Acostarse con el secretario de Estado de Administraciones Públicas y levantarse con una monja no debe ser sano. Así estoy.

A sor María, que sale bajo el paragüas policial y entre gritos desgarrados de madres amputadas de sus hijos, le repugna lo que cuentan de ella. No ha querido declarar, quizá porque ella sólo tiene que rendir cuentas en lugar sagrado, no ha querido mirar a las madres huérfanas y ha salido del juzgado con su hábito recién planchado y sin arrugas. Ha pasado el tiempo y ya no recuerda. Tanta dedicación a su vida espiritual le ha hecho olvidar las minucias terrenales. Cuando, (digamos, supuestamente) arrancaba a los hijos recién paridos de sus madres para venderlos, para castigar la suciedad de las mujeres que engendraban criaturas no como dios manda. Así, después de romperse las entrañas, de empujar con sudor y lágrimas a un hijo al abismo de este mundo, sor María (o María a secas) las envolvía de dolor y las dejaba solas. 

Me pregunto cómo ha podido ocurrir algo semajante. No hace falta haber parido ni tener intención remota de hacerlo para imaginar, para intuir, para sentir el inmenso sufrimiento que esas madres han padecido. No aquél día, de placentas y contracciones, sino cada uno de los días en los que sus pies han pisado la tierra. 

Qué ser humano (ni divino) puede provocar tanto espanto.

Nota mental: el hábito no hace el monje, no está de más recordarlo.

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